Las paredes y cristales nos pueden proteger del contagio del Covid-19, pero no de los males que viven dentro del hogar, y la violencia de género habita la convivencia para poner muros y techos de cristal allí donde el maltratador decide.
Según la OMS, referente indiscutible para la pandemia del coronavirus, la violencia de género es un “problema de salud global de proporciones epidémicas”, e indica que el 30% de las mujeres del planeta la sufrirán en algún momento de sus vidas (OMS, 2013). El “Informe sobre homicidios en España” del Ministerio del Interior, recoge que el 40’7% de todos los homicidios por violencia interpersonal sucede en el contexto del hogar, y que los hombres son sus autores en el 66’4% de los casos de violencia doméstica y en el 100% de violencia de género.
El confinamiento en el hogar no va a reducir esta violencia, todo lo contrario; la va a aumentar por la presencia de cuatro elementos principales:
- El aumento del tiempo de convivencia entre los agresores y sus víctimas.
- Los conflictos en gran medida van a surgir alrededor de cuestiones familiares y domésticas, circunstancia que los agresores viven como un ataque al considerar que todo lo que no sea seguir sus imposiciones se trata de un ataque a su “autoridad”. Es lo que reflejan de manera gráfica cuando justifican la violencia y dicen, “es que mi mujer se empeña en llevarme la contraria”.
- La violencia se prolonga sin que se vea interrumpida por las circunstancias de la rutina de cada día, como marchar a trabajar, llevar los niños y niñas al colegio, ir a comprar, salir a dar un paseo…
- Percepción de seguridad e impunidad en el agresor, al percibir que las circunstancias del confinamiento dificultan salir de la relación o interponer una denuncia por la violencia ejercida.
La situación no es del todo nueva, pero sí es diferente en la novedad de algunas circunstancias, y las consecuencias pueden ser mucho más graves, especialmente para las mujeres por las características de la violencia de género.
El objetivo principal de la violencia que se ejerce contra las mujeres es controlarlas y someterlas a los dictados del maltratador, el daño y las lesiones son una parte de los instrumentos que utilizan para lograrlo, pero la idea que mueve a un agresor es retener a la mujer dentro de los límites que él impone sobre las referencias definidas por la cultura. Por eso antes de las agresiones se produce un aislamiento de la familia, las amistades y el trabajo, y por ello utiliza también una estrategia aleccionadora con el objeto de que las agresiones se vivan como una referencia de lo que puede ocurrir en caso de no seguir sus dictados, y de ese modo hacer que la propia mujer se “auto-controle” sin necesidad de agredirla a cada momento.
Cuando el agresor percibe que pierde el control sobre la mujer es cuando recurre a las agresiones, y cuanto mayor es su percepción, con más contundencia la resuelve. Este factor es el que hace que la separación y ruptura de la relación actúen como el principal factor de riesgo para que se produzca una agresión grave y el homicidio. La consecuencia es clara y directa, si el objetivo esencial de la violencia de género es el control, la separación significa la pérdida absoluta de control, lo cual lleva a muchos agresores a pensar en la idea del homicidio, y a algunos a llevarlo a cabo. El resultado es objetivo, los homicidios por violencia de género representan el 20’6% de todos los homicidios de nuestro país, es decir, que una media de 60 mujeres es asesinada en sus casas cada año por parte de hombres “normales” con los que mantienen o habían mantenido una relación de pareja.
Las actuales circunstancias de confinamiento por la pandemia del Covid-19 dificultan la salida de la relación violenta y se traducen en una prolongación de la violencia, y con ella en un incremento de su intensidad y el control por parte del agresor, que a su vez lo vive bajo una sensación de seguridad e impunidad. La aparente disminución de casos graves y homicidios que se puede producir bajo las actuales limitaciones se podría traducir en un incremento posterior cuando se modifiquen las circunstancias y las mujeres vean facilitada la salida de la violencia, puesto que el riesgo en ese momento será más alto.
No podemos esperar a que suceda, hay que desarrollar una estrategia de acción y prevención basada en cuatro elementos:
- Seguimiento activo de los casos de violencia de género conocidos en Servicios Sanitarios, Servicios Sociales, asociaciones de ayuda a mujeres víctimas y sobrevivientes…
- Desarrollo de programas de detección activa en la atención que se preste a mujeres en las circunstancias actuales.
- Llamada a la implicación de los entornos cercanos a las mujeres que sufran la violencia para que las apoyen y comuniquen la situación a las administraciones correspondientes
- Desarrollo de campañas de concienciación e información específicas para el contexto actual.
También tenemos que actuar contra la pandemia de la violencia de género y evitar sus consecuencias y muertes. Ahora estamos a tiempo de adoptar medidas preventivas, y en esta materia, precisamente, lo único que no podemos hacer es “lavarnos las manos”.
Ánimo, y fuerza.
Gabinete Atenea
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